“… con la llegada de la libertad en la década de los años 70, el cine Vitoria acogió multitud de espectáculos eróticos y de destape, al que el público masculino asistía en masa llenando por completo el aforo de la sala cinematográfica. Por el pasaron multitud de Compañías de espectáculos en los que las chichas casi desnudas protagonizaron el deleite de un público poco acostumbrado hasta entonces al destape femenino sumergido en un mundo desconocido de carnalidad y pecado, envuelto en plumas y lentejuelas que ya no estaba prohibido y al que podían todos ellos asomarse por primera vez . El teatro chino de Manolita Chen, abarrotaba las butacas del cine y las largas colas para acceder a la entrada llegaban casi hasta la calle Moralejo. Largas funciones con horario nocturna, para mayores de edad, alternadas con las primeras películas de “destape” que comenzaron a proyectarse por aquella época.”
En una sociedad aguilarense reprimida como la estaba el resto del país, la proyección de este tipo de películas y espectáculos en las que el juego erótico combinaba con la pícardia, los juegos de insinuaciones y los dobles sentidos, representó un nuevo modelo de entretenimiento y diversión que daba rienda suelta a la imaginación al hacer desaparecer la censura.
Entre todas aquellas películas proyectadas en este cine, la de “La trastienda” pasó meritoriamente a la historia común por ser el primer film en el que aparecía un desnudo integral femenino. El de la actriz convertida en mito erótico María José Cantudo. La fama de la película precedía su éxito.
En una secuencia de la película, se podía ver a la actriz tal y como su madre la trajo al mundo, mostrando además de forma natural lo que durante mucho tiempo después, hoy se sigue recordando como “el felpudo de la Cantudo”.
La película se proyecto en Aguilar en la primavera del año 1976 y el cine Vitoria estaba a rebosar, no cabía ni un alfiler, lleno completo, todo hombres, ninguna mujer.
En la antesala roja, (por que este era el color de su cortinaje), los que ya habían logrado entran apuraban las últimas caladas del cigarrillo antes de pasar a la sala de proyección, para acomodarse en la butaca numerada, con o sin ayuda del acomodador. Este a su vez comprobaba, mientras las luces permanecían encendidas, que todo estuviese en orden.
Por supuesto la entrada no estaba permitida, a menores de edad. En la taquilla del cine después de hacer una cola interminable, se compraban las entradas que recogía y recortaba el portero de la puerta que permitía el acceso a la antesala del cine. Ante la duda había que demostrar que se erá mayor de edad con el carnet de identidad en la mano.
Ese día inolvidable de mayo del año 1976, a pesar de no haber alcanzado aún la mayoría de edad, cuatro chavales de mediana edad, sin apenas tener los catorce años cumplidos, pudieron tener acceso utilizando la picaresca y la perspicacia a la proyección de la película. Pudieron si no verla completa, si ver gran parte de su contenido mas prohibido. Un contenido que aún hoy recuerdan , aplauden y recomiendan.
Por primera vez en la vida, en unos años palcos en entretenimiento, pudieron asomarse ( a pesar de los peligros del momento y todos los posteriores ) al mundo prohibido de los mayores. Por primera vez en una España recreada en blanco y negro, descubrieron el juego de la inhibición desafiando una vez mas lo prohibido. A la salida clandestina y semioculta del cine, ese mismo día todos ellos descubrieron también la hipocresía moral y religiosa.
Su plausible travesura, propia de la edad, llegaría a oídos de uno de sus profesores en aquellos años, quien movilizó en el colegio toda la maquinaria de espionaje, censura y vigilancia para dar con los culpables de tal atrevimiento. Nunca pudo llegar a ser severamente castigada por ser influctuosa la búsqueda.