El tío de las piñas.

“Niños y niñas llorad por piñas, llorad con fuerza, llorad con ganas, que el tío de las piñas se va mañana.”

Escuchar esa canción despertaba los sentidos, paralizaba tus acciones y solo te dejaba una opción, buscar a tu madre para que te diera unas cuantas gordas para poder comprar una piña con piñones.

Ver el viejo borriquillo, garboso y a la vez nervioso que portaba dos grandes serones a ambos lados de su cuerpo, llenos,… repletos de grandes piñas piñoneras, con las que soñábamos todos los niños, era una estampa típica y normal en las calles de cualquier pueblo en las décadas de los años 60 y principios de los 70 del pasado siglo.

Procedentes de la cercana localidad de Lucena, al igual que lo hacían también los caleros con su reata de bolliquillos vendiendo “cal viva” por las calles de Aguilar, muy de cuando en cuando los vendedores de piñas se acercaban a este pueblo vociferando su vieja canción que actuaba como el reclamo mas idóneo para avisar de su presencia y avivar en los chiquillos las ganas de hacerse con tan exquisito manjar.

“ … niños y niñas llorad por piñas, llorad con fuerza, llorad con ganas, que el tío de las piñas se va mañana.”

No mentía la canción, cuando aseguraba que había que llorar para conseguir la verde piña y además llorar con fuerza y ganas, sino querías quedarte sin ella, pues las esquilmadas economías caseras de aquellos años no daban parar estirarse mucho, aunque solo fuesen unas cuantas gordas muy de cuando en cuando, por lo que había que pillar una pataleta y llorar, llorarles mucho a las madres, para poder conseguir que se rascaran el bolsillo. Aun así, aún llorando mucho, la mayoría de las veces, el hombre de las piñas pasaba de largo, sin haber conseguido vender ni una sola piña en todo el barrio, por culpa de la débil economía que no daba para muchos lujos.

¡ Piñas¡ ¡ piñas¡ ¡piñas¡, para el niño y la niña.

El pregón incesante del tío de las piñas, ataviado a la antigua usanza con su sombrero cordobés de ala ancha, hacía que alrededor del borriquillo se arremolinara un enjambre de desarrapados chiquillos dispuestos a conseguir hacerse con una piña o con unos cuantos piñones sin llevar dinero alguno, solo suplicando y llorándole al tío de las piñas de forma incesante, hasta que este tocado un poquito en su corazón, terminaba por derramar unos cuanto piñones sacados del bolsillo de su chaqueta sobre las manos de alguno de aquellos truanes mocosos y contemplar el brillo y la excitación que desprendían sus ojos al conseguir el regalo esperado.

Solo comparable a la llegada al barrio del “tío de los helados”, con su carromato o al de los “garbanzos tostaos”, era todo un espectáculo para los sentidos, ver al tío de las piñas con su borrico, avanzar por la estrecha calle y docenas y docenas de chiquillos, corriendo y saltando a su alrededor, mientras el no dejaba de vociferar y apartar pequeñas manos sospechosas de hurtar desprevenidamente alguna de las piñas contenidas en los serones. Ya no se jugaba al fútbol en la calle, ni a la bota, ni a las estampas, ni al zorro- pico- tene, ni al pelotón, ni a las algarrobas, ni a las bolas, los juegos en ese preciso instante estaban prohibidos, todo se aplazaba para después, por que el tío de las piñas, acaparaba todo la atención de la chiquillería del barrio.

“ … llevo la piña con su cabito para los niños chiquirrititos …”

Cuando ya lejos el pregón del tío de las piñas con su cantinela se alejaban y el borriquillo se hacía cada vez mas diminuto, hasta llegar a perderse en la lejanía, muchos niños y niñas aún seguían llorando por piñas. Huérfanos de ilusiones, apiñados, refugiados en su pena, volvían a sus juegos y entretenimientos. Las niñas a saltar la cuerda, a jugar a las cansas y los niños a jugar a la bota esconder o al tu la llevas. Algunos los mas afortunados, se jugaban la perdida de algún diente intentando partir con la boca los duros piñones. Mientras otros al abrigo de los arbustos de los cercanos jardines, ocultos de miradas curiosas, intentaban en el suelo, con mas ganas que éxito partir algunos de los piñones conseguidos con dos piedras de china, de forma totalmente clandestina, para no tener que compartir el pequeño y afortunado motín con nadíe.

“ … niños y niñas llorad por piñas, llorad con fuerza, llorad con ganas, que el tío de las piñas, se va mañana …”

El tío de las piñas, nunca nos dijo del todo la verdad. En cierta forma nos engañó. Jamás permaneció apenas unas horas en aquel barrio. Su canción aseguraba que se iría mañana, pero siempre pasado un tiempo volvía. La última vez que le vi, fue la última. Hace ya muchos años que no volvió. Ni el, ni su viejo borriquillo, ni sus alegres canciones …

Algunos días las letras de esas canciones vuelven a mi memoria. Resuenan incesantemente junto a los recuerdos de aquellos años, y el tío de las piñas vuelve al barrio a través de sus canciones pero esta vez trae la letra que yo conozco muy bien cambiada .…

“ … niños y niñas llorad por piñas, llorad con fuerza, llorad con ganas, que el tío de las piñas, se fue para nunca más volver …”

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