” … la luz rojiza de sus pocas farolas, determinaron el calificativo popular de “rojo” para un parque, que fue otras muchas cosas más. En los oscuras noches, de aquellos lejanos domingos, en su interior a cubierto de las miradas ajenas, las parejas de enamorados buscaban ocultar sus entonces prohibidos juegos amorosos..”
En “Los Pisos”, siempre existió un gran parque, sin nombre. Un parque que durante muchos años, ni fue, ni parecía un parque, ni na. Un parque que se encontraba delimitado de norte a sur y de este a oeste por sus largos muros de ladrillo visto donde sus grandes pinos y altos álamos blancos delimitaban un espacio de tierra ajardinada donde los niños de polvo crecimos sin darnos cuenta y aprendimos durante muchos años a jugar en él, correteando entres sus verdes arbustos, jugando a lanzarse las gordas y verdes algarrobas que colgaban de sus ramas.
A pesar de los prohibiciones y vigilancia constante de Paco “el Largo” y Berenguer y algún que otro vecino. Muy a menudo ese parque fue el escenario ideal para que en él se celebrase algún partido de fútbol y para que ingentes pandillas de chiquillos en las largas tardes estivales jugasen a sus juegos preferidos , el sumillo, las bolas, al zorro pico tene, al pelotón, a la bota pillar o a la bota esconder.
Y a la sombra de sus viejos pinos y álamos blancos, a la tenue luz de sus farolas los niños de polvo de entonces con el paso del tiempo cambiaron sus pantalones cortos por largos, los cigarrillos de anís por Celtas y Dudados y a escondidas aprendieron a esperar a su primera chica de seda con perfume de mamá y a fumar.
Pasado algún tiempo el parque se equipó con varios sillones de piedra y varias farolas ordenados a ambos lados sobre su pasillo central desde las escaleras que descendían por la avenida y terminaban en la calle del instituto y que sirvió de columna vertebral para delimitar las zonas ajardinados que a ambos lados del mismo quedaron protegidas por adoquines de cemento, tras los cuales se sembraron setos y arbustos que conformaron lo que comenzó a ser un gran jardín.
Desde aquel momento aquello comenzó mucho más a parecerse a un parque. Un bonito parque, aún sin nombre que comenzó a cambiar al igual que también lo hacía todo el entorno de aquel humilde barrio que cubrió sus secos y embarrados suelos de tierra por toneladas de hormigón, verdes y floridos jardines y grandes espacios reservados para aparcar los escasos coches que aún existían.
Como por arte de magia, llego el progreso, y con él, el parque por fin se convirtió definitivamente en un parque. La rojiza casi inapreciable luz de sus pocas farolas determinó el calificativo popular de “rojo”, para un parque que fue muchas cosas más.
Un nombre. “Parque Rojo”. Así lo llamó todo el mundo desde entonces. Así se llama hoy.
En él, por aquella época, en las oscuras noches de aquellos lejanos domingos, en su interior, rodeados de tupidos jardines, a cubierto de las miradas ajenas, que todo lo escudriñaban, las parejas de enamorados ocultaban sus entonces prohibidos juegos amorosos. Algunos jóvenes empeñados en emprender un desconocido viaje a lomos de un peligroso caballo que les hiciera felices, también buscaron en él, el refugio de la clandestinidad entre las sombras de la negra noche.
La mala fama y la hipocresía social alcanzaron e hirieron casi de muerte al parque y decir “Parque Rojo”, fue durante mucho tiempo sinónimo de exclusión y rechazo, de marginación e incomprensión.
Pero tras el invierno gris, la colorida primavera trajo de nuevo aires de renovación y modernidad y el Parque Rojo sufrió una nueva transformación. Una nueva distribución. Las nuevas farolas, los nuevos bancos, y un pequeño parque infantil hicieron que de nuevo volviese a la vida.
Hoy es un parque moderno. Distinto, como casi todo hoy en día. Con un bonito nombre, el Parque Rojo. Pero a pesar de eso, el Parque Rojo conserva aún entre las ramas de sus viejos pinos y álamos, escondidas, mil y una historias, que solo saben aquellos niños de polvo que corrían y jugaban entre ellas, hace ya muchos años.
Hoy esas historias de viejos sentados en sus bancos, de nidos, de columpios, de flores, de novillos, de aventuras … de cosas que pasaron en un parque y que de vez en cuando nos gusta recordar han quedado atrás.
La última y moderna reforma sufrida, su completa remodelación se ha llevado en su totalidad sus señas de identidad.
Nada parece ya lo que era, pero siempre será entre recuerdos lo que fue.